La Cuaresma es un tiempo litúrgico de profunda reflexión y conversión que nos prepara para la celebración del Misterio Pascual: la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Su origen se remonta a los primeros siglos del cristianismo, cuando la Iglesia estableció un período de preparación para los catecúmenos que recibirían el Bautismo en la Vigilia Pascual, y para los fieles que, a través del arrepentimiento y la penitencia, buscaban la reconciliación con Dios.
Desde entonces, la Cuaresma ha sido un itinerario espiritual de cuarenta días, en memoria de los cuarenta años del pueblo de Israel en el desierto y del ayuno de Jesús antes de iniciar su ministerio público. Es un tiempo de gracia en el que la Iglesia nos invita a intensificar nuestra oración, fortalecer el espíritu mediante el ayuno y practicar la caridad con quienes más lo necesitan.
Para el verdadero cristiano, la Cuaresma no es solo una tradición, sino un llamado a la conversión del corazón. Es un camino de renovación interior, en el que, mediante la penitencia y la reflexión, aprendemos a desprendernos de lo superfluo para acercarnos más a Dios. El ayuno no es solo una renuncia material, sino una escuela de dominio propio que nos ayuda a centrarnos en lo esencial. La oración nos abre al diálogo sincero con el Señor, y la limosna nos recuerda que el amor al prójimo es el reflejo de nuestra fe.
Que este tiempo de Cuaresma sea para todos nosotros un verdadero retiro espiritual, en el que, guiados por la luz de Cristo, nos preparemos para vivir con plenitud la alegría de la Pascua, renovados en el amor y en la esperanza.
“Conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1,15).
